Entre las obras más representativas de mi trayectoria no podía faltar esta imagen de madera de tilo de algo más de un metro de altura.
En el año 2012 con ocasión de la apertura de la sede de la Real Cofradía del Santo Entierro, realicé esta obra para su exposición en la hornacina de cristal abierta hacia la Rúa de los Notarios.
Esta pequeña escultura supuso un primer acercamiento a la imaginería religiosa. La representación de la imagen de Cristo se aleja por completo de los arquetipos conocidos. Cristo aparece derrotado, lejos de la imagen en la que aparece victorioso sobre la muerte. Derrumbado a los pies de la Cruz. Las manos por detrás De la Cruz, enraizadas en el mismo suelo. La cabeza prácticamente incrustada en la Cruz y los ojos sin definir para incrementar la expresividad, buscando una imagen atemporal de la escena.
Es una representación más simbólica que realista, en la que la delgadez de la imagen se manifiesta de manera más expresa en las costillas exageradamente marcadas. El acabado de la imagen se realizó con cera natural (incolora) mientras la Cruz y el suelo aparecen policromados creando un fuerte contraste.
La simbología que pretendí otorgarle a la imagen venía a suponer una crítica a nuestros comportamientos individuales y colectivos, a menudo insolidarios y egoístas. En definitiva una crítica a nuestra sociedad tan perdida en cuanto a auténticos valores se refiere. Una cierta alegoría que retrata algunos de los peores comportamientos humanos. La idea de representar a Cristo “preso en la Cruz» acaba resultando una manifestación del triunfo del fracaso. El fracaso queda muy marcado en la expresión del rostro. Es como si se confirmasen las dudas planteadas en sus últimas palabras en la Cruz.
Él estuvo entre nosotros, aceptó su pasión y muerte por la Redención de nuestros pecados, pero nuestros comportamientos y actitudes están muy lejos de sus enseñanzas. Si fuera por nosotros, Él seguiría allí por siempre, preso en la Cruz.