El contacto constante y prolongado a lo largo de los años con escultores e imagineros a través de trabajos compartidos para cofradías de Semana Santa, fue desarrollando en mí el deseo de acercarme a proyectos de escultura, aunque sin abandonar la talla ornamental en madera.
Esta nueva inquietud hacia la escultura comenzó con pequeñas piezas que fui realizando sin mayores pretensiones.
Estas pequeñas piezas iniciales fueron dando paso a obras de mayor tamaño y que fueron siendo conocidas en un entorno cada vez mayor.
La junta directiva de la cofradía Jesús Nazareno de Villaviciosa de Asturias, para la que había trabajado con anterioridad, conocía mi acercamiento a la escultura y se aproximaba a celebrar el 350 aniversario de su fundación.
Se me planteó un nuevo reto, volví a sentir el peso del compromiso y la ilusión de siempre ante los nuevos proyectos.
Esta vez casi todo era nuevo.
Realizar la escultura conmemorativa en bronce no estaba entre mis planes, pero no podía dejar pasar esa oportunidad. La cofradía había confiado en mí y no defraudar fue mi primera preocupación.
El bronce iría situado en la Plaza de San Francisco, delante de la Iglesia y del nuevo museo de S. Santa. El tamaño de la pieza, sus proporciones y su relación con el entorno formaron parte de las primeras ocupaciones.
Respecto a la propia escultura, mi idea clave era tratar de aunar pasado, presente y futuro, como símbolo del paso del tiempo y de las distintas generaciones. Resultaba tan necesario animar y alentar a las presentes y futuras generaciones, como reconocer y homenajear a las pasadas.
En este momento sabía qué quería hacer, aunque todavía no sabía cómo hacerlo.
Las tareas de búsqueda me acabaron llevando a plantear un niño de unos doce años. La idea del niño fue todo un hallazgo para mis intenciones: con una sola presencia me regalaba la idea de presente y de futuro, ya que no hay mejor alegoría del presente que ya es y del futuro que les corresponderá que la representación del niño.
Me resultó más complicado incorporar la idea del pasado a la escultura. Era justo y necesario hacerlo, ese recuerdo al pasado y a quienes lo protagonizaron, no podía faltar, sin ellos no hubiéramos llegado hasta aquí.
Definitivamente el niño ataviado con su indumentaria de la cofradía y portando entre sus manos un estandarte conmemorativo, no mira al frente. Su cabeza y su mirada están ligeramente giradas hacia atrás. La mirada del niño es la mirada al pasado, el guiño necesario a los que nos precedieron, su reconocimiento hacia ellos.
El título de la escultura, CRECIENDO, fue el resultado de la búsqueda de una palabra que tuviera una connotación positiva. Crecer siempre es positivo en cualquier ámbito.Tenia que aunar, igual que la escultura ( pasado, presente y futuro) a los tres protagonistas: Creciendo habla del niño que se representa. Creciendo habla de la cofradía que llega a una fecha tan significativa. Creciendo también me aludía como autor, al asumir un nuevo reto profesional. CRECIENDO supuso mi primera, y hasta ahora única, escultura urbana.